Hola chicos:
Con el Miércoles de Ceniza comienza un nuevo tiempo litúrgico, preparatorio de la gran fiesta de la Pascua.
Con el Miércoles de Ceniza comienza un nuevo tiempo litúrgico, preparatorio de la gran fiesta de la Pascua.
En el
2020 se sigue el Ciclo A y, como tenemos un trabajo con palabras de las
lecturas dominicales de esos días, a continuación, podéis leerlas para saber de
dónde salen dichas palabras.
Y si tenéis ganas de pintar y divertiros al final del texto
encontraréis unos dibujos alusivos que resumen todos los domingos de Cuaresma
de este año.
Primer domingo: Mt 4, 1-11 (Las tentaciones)
Entonces
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y
después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió
hambre. Y acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas
piedras se conviertan en panes.» Mas Él respondió: «Está escrito:
No sólo de
pan vive el hombre,
sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios.»
Entonces el
diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo, 6
y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
A sus
ángeles te encomendará,
y en sus
manos te llevarán,
para que no
tropiece tu pie en piedra alguna.»
Jesús le
dijo: «También está escrito:
No tentarás
al Señor tu Dios.»
De nuevo le
lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del
mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si postrándote me adoras.» 10
Dícele entonces Jesús: «Apártate, Satanás, porque está escrito:
Al Señor tu
Dios adorarás,
y sólo a Él
darás culto.»
Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.
Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.
Segundo domingo: Mt 17, 1-9 (La Transfiguración)
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano
Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos:
su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos
como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él.
4 Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si
quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías.»
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su
sombra y de la nube salió una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien
me complazco; escuchadle.»
Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas
Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.»
Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Y
cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta
que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.»
Tercer domingo: Jn 4, 5-42 (Jesús y la samaritana)
Llega, pues,
a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su
hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del
camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una
mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» Pues sus
discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer
samaritana: «¿Cómo Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer
samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le
respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de
beber, tú le habrías pedido a Él, y Él te habría dado agua viva.»
Le dice la
mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues,
tienes esa agua viva? ¿Acaso eres Tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio
el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le
respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba
del agua que Yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le dé se
convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»
Le dice la
mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir
aquí a sacarla.»
Él le dice: «Vete,
llama a tu marido y vuelve acá.»
Respondió la
mujer: «No tengo marido.»
Jesús le
dice: «Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y
el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad.»
Le dice la
mujer: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte
y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.»
Jesús le
dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en
Jerusalén adoraréis al Padre.
Vosotros
adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la
salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que
los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así
quiere el Padre que sean los que le adoren.
Dios es
espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.»
Le dice la
mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo
desvelará todo.»
Jesús le
dice: «Yo soy, el que está hablando contigo.»
En esto
llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero
nadie le dijo: «¿Qué quieres?» o «¿Qué hablas con ella?» La mujer, dejando su
cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Venid a ver a un hombre que me
ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?» Salieron de la ciudad e
iban hacia Él.
Entretanto,
los discípulos le insistían diciendo: «Rabbí, come.» Pero Él les dijo: «Yo
tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis.» Los discípulos se decían
unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?» Les dice Jesús: «Mi alimento
es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís
vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad
vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador
recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se
alegra igual que el segador.
Porque en
esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador:
Yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se
fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga.»
Muchos
samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por las palabras de la mujer que
atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho.» Cuando llegaron a Él los
samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y
fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: «Ya
no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que Éste
es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Cuarto domingo: Jn 9, 1-41 (curación de un ciego de nacimiento)
Vio, al
pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos:
«Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió
Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de
Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de
día;
llega la
noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del
mundo.»
Dicho esto,
escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del
ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir
Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos
y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se
sentaba para mendigar?» Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es
uno que se le parece.» Pero él decía: «Soy yo.» Le dijeron entonces: «¿Cómo,
pues, se te han abierto los ojos?» Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús,
hizo barro, me untó los ojos y me dijo: `Vete a Siloé y lávate.' Yo fui, me
lavé y vi.» Ellos le dijeron: «¿Dónde está Ése?» Él respondió: «No lo sé.»
Lo llevan a
los fariseos al que antes era ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo barro
y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado
la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.» Algunos
fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes signos?» Y
había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices
de Él, ya que te ha abierto los ojos?» Él respondió: «Que es un profeta.»
No creyeron
los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres
del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el
que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?» Sus padres respondieron:
«Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve
ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo
sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo.» Sus padres decían
esto por miedo a los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en
que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por
eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él.»
Llamaron por
segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros
sabemos que ese hombre es un pecador.» Les respondió: «Si es un pecador, no lo
sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo.» Le dijeron entonces: «¿Qué
hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?» Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no me
habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también
vosotros haceros discípulos suyos?» Ellos le llenaron de injurias y le dijeron:
«Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros
sabemos que a Moisés le habló Dios; pero Ése no sabemos de dónde es.» El hombre
les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me
haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas,
si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído
decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no
viniera de Dios, no podría hacer nada.» Ellos le respondieron: «Has nacido todo
entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros?» Y le echaron fuera.
Jesús se
enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú
crees en el Hijo del hombre?» Él respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea
en Él?» Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, Ése es». Él
entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante Él.
Y dijo
Jesús: «Para un
juicio he venido a este mundo: para que los
que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos.»
Algunos
fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Es que también nosotros
somos ciegos?» Jesús les respondió: «Si fuerais
ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: `Vemos', vuestro pecado
permanece.»
Quinto domingo: Jn 11, 1-45 8 (Resurrección de Lázaro)
Había un
enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era
la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su
hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor,
aquel a quien Tú quieres, está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad
no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella.»
Jesús amaba
a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se
enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se
encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a
Judea.» Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían
apedrearte, ¿y vuelves allí?»
Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él.»
Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él.»
Dijo esto y
añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle.» Le dijeron sus
discípulos: «Señor, si duerme, se curará.» Jesús lo había dicho de su muerte,
pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo
abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado
allí, para que creáis. Pero vayamos allá.»
Entonces
Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también
nosotros a morir con Él.» Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro
llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a
unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María
para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le
salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo
sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Le dice Jesús: «Tu hermano
resucitará.» Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el
último día.»
Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»
Le dice
ella: «Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a
venir al mundo.»
Dicho esto,
fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te
llama.» Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue hacia Él.
Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde
Marta lo había encontrado. Los judíos, que estaban con María en casa
consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron
pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
Cuando María
llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» Viéndola llorar Jesús y que
también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se
turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás.»
Jesús derramó lágrimas. Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería.» Pero
algunos de ellos dijeron: «Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber
hecho que éste no muriera?» Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior
y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús:
«Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele;
es el cuarto día.» Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la
gloria de Dios?» Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a
lo alto y dijo:
«Padre, te
doy gracias por haberme escuchado.
Ya sabía yo
que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por éstos que me rodean, para que
crean que Tú me has enviado.»
Dicho esto,
gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal afuera!» Y salió el muerto, atado de pies y
manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo
y dejadle andar.»
Muchos de
los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho,
creyeron en Él
Pero también debemos incluir en las lecturas cuaresmales la
del Domingo de Ramos, preludio de la Semana Santa
Domingo de Ramos: Mt 26, 14 - 27, 66 (Pasión y muerte)
Traición de Judas.
Entonces uno
de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les
dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?» Ellos le asignaron treinta
monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para
entregarle.
Preparativos para la cena pascual.
El primer
día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde
quieres que te hagamos los preparativos para comer la Pascua?» Él les dijo: «Id
a la ciudad, a un tal, y decidle: `El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu
casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos.'» Los discípulos hicieron lo
que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
Anuncio de la traición de Judas.
Al
atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os
aseguro que uno de vosotros me entregará.» Muy entristecidos, se pusieron a
decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?» Él respondió: «El que ha metido
conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como
está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es
entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» Entonces preguntó
Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Tú lo has
dicho.»
Institución de la Eucaristía.
Mientras
estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus
discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» Tomó luego una copa y,
dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque ésta es mi
sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados. Y
os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel
en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.»
Predicción de las negaciones de Pedro.
Y cantados
los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces les dice Jesús:
«Todos vosotros vais a escandalizaros de Mí esta noche, porque está escrito: Heriré
al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi
resurrección, iré delante de vosotros a Galilea.» Pedro intervino y le dijo: «Aunque
todos se escandalicen de Ti, yo nunca me escandalizaré.» Jesús le dijo: «Yo te
aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres
veces.» Dícele Pedro: «Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré.» Y lo
mismo dijeron también todos los discípulos.
Agonía de Jesús.
Entonces va
Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos:
«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.» Y tomando consigo a Pedro y a los dos
hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: «Mi
alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.» Y
adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si
es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como
quieres Tú.» Viene entonces a los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a
Pedro: «¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que
no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»
Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: «Padre mío, si esta copa no
puede pasar sin que Yo la beba, hágase tu voluntad.» Volvió otra vez y los
encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por
tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Viene entonces a los discípulos y
les dice: «Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que
el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos!,
¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca.»
Prendimiento de Jesús.
Todavía
estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo
numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos
del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: «Aquel a quien
yo dé un beso, Ése es; prendedle.» Y al instante se acercó a Jesús y le dijo:
«¡Salve, Rabbí!», y le dio un beso. Jesús le dijo: «Amigo, ¡a lo que estás
aquí!» Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. En
esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e,
hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces
Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a
espada perecerán. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al
punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se
cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?» En aquel momento dijo Jesús
a la gente: «¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y
palos? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me
detuvisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de
los profetas.» Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron.
Jesús ante el Sanedrín.
Los que
prendieron a Jesús le llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían
reunido los escribas y los ancianos. Pedro le iba siguiendo de lejos hasta el
palacio del Sumo Sacerdote; y, entrando dentro, se sentó con los criados para
ver el final.
Los sumos
sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra
Jesús con ánimo de darle muerte, y no lo encontraron, a pesar de que se
presentaron muchos falsos testigos. Al fin se presentaron dos, que dijeron:
«Éste dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios, y en tres días edificarlo.»
Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: «¿No respondes nada? ¿Qué es
lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero Jesús callaba. El Sumo Sacerdote le
dijo: «Te conjuro por Dios vivo que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios.» Dícele Jesús: «Tú lo has dicho. Pero os digo que a partir de ahora
veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo sobre
las nubes del cielo.» Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo:
«¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la
blasfemia. ¿Qué os parece?» Respondieron ellos diciendo: «Es reo de muerte.»
Entonces se
pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, diciendo:
«Adivínanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?»
Negaciones de Pedro.
Pedro,
entretanto, estaba sentado fuera en el patio; y una criada se acercó a él y le
dijo: «También tú estabas con Jesús el Galileo.» Pero él lo negó delante de
todos: «No sé qué dices.» Cuando salía al portal, le vio otra criada y dijo a
los que estaban allí: «Éste estaba con Jesús el Nazareno.» Y de nuevo lo negó
con juramento: «¡Yo no conozco a ese hombre!» Poco después se acercaron los que
estaban allí y dijeron a Pedro: «¡Ciertamente, tú también eres de ellos, pues
además tu misma habla te descubre!» Entonces él se puso a echar imprecaciones y
a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre!» Inmediatamente cantó un gallo. Y Pedro
se acordó de aquello que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante, me
habrás negado tres veces.» Y, saliendo fuera, lloró amargamente.
Jesús llevado ante Pilato.
Llegada la
mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo
contra Jesús para darle muerte. Y después de atarle, le llevaron y le
entregaron al procurador Pilato.
Muerte de Judas.
Entonces
Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el
remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y
a los ancianos, diciendo: «Pequé entregando sangre inocente.» Ellos dijeron: «A
nosotros, ¿qué? Tú verás.» Él tiró las monedas en el Santuario; después se
retiró y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes recogieron las monedas y
dijeron: «No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque son precio
de sangre.» Y después de deliberar, compraron con ellas el Campo del Alfarero
como lugar de sepultura para los forasteros. Por esta razón ese campo se llamó
«Campo de Sangre», hasta hoy. Entonces se cumplió lo dicho por el profeta
Jeremías: Y tomaron las treinta monedas de plata, cantidad en que fue apreciado
aquel a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y las dieron por
el Campo del Alfarero, según lo que me ordenó el Señor.
Jesús ante Pilato.
Jesús
compareció ante el procurador, y el procurador le preguntó: «¿Eres Tú el rey de
los judíos?» Respondió Jesús: «Tú lo dices.» Y, mientras los sumos sacerdotes y
los ancianos le acusaban, no respondió nada. Entonces le dice Pilato: «¿No oyes
de cuántas cosas te acusan?» Pero Él a nada respondió, de suerte que el
procurador estaba muy sorprendido.
Cada fiesta,
el procurador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que
quisieran. Tenían a la sazón un preso famoso, llamado Barrabás. Y cuando ellos
estaban reunidos, les dijo Pilato: «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás
o a Jesús, el llamado Cristo?», pues sabía que le habían entregado por envidia.
Mientras él
estaba sentado en el tribunal, le mandó a decir su mujer: «No te metas con ese
justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa.»
Pero los sumos
sacerdotes y los ancianos persuadieron a la gente para que pidiese la libertad
de Barrabás y la muerte de Jesús. Y cuando el procurador les dijo: «¿A cuál de
los dos queréis que os suelte?», respondieron: «¡A Barrabás!» Díceles Pilato:
«Y ¿qué voy a hacer con Jesús, el llamado Cristo?» Dicen todos: «¡Sea
crucificado!» - «Pero ¿qué mal ha hecho?», preguntó Pilato. Mas ellos seguían
gritando con más fuerza: «¡Sea crucificado!» Entonces Pilato, viendo que nada
adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las
manos delante de la gente diciendo: «Inocente soy de la sangre de este justo.
Vosotros veréis.» Y todo el pueblo respondió: «¡Su sangre sobre nosotros y
sobre nuestros hijos!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
azotarle, se lo entregó para que fuera crucificado.
Coronación de espinas.
Entonces los
soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de Él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto
de púrpura; y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza,
y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de Él, le hacían
burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!»; y después de escupirle, cogieron
la caña y le golpeaban en la cabeza. Cuando se hubieron burlado de Él, le
quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle.
La Crucifixión.
Al salir,
encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su
cruz. Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, «Calvario», le dieron a
beber vino mezclado con hiel; pero Él, después de probarlo, no quiso beberlo.
Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Y
se quedaron sentados allí para custodiarle.
Sobre su
cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: «Éste es Jesús, el rey de
los judíos.» Y al mismo tiempo que a Él crucifican a dos salteadores, uno a la
derecha y otro a la izquierda.
Jesús en cruz ultrajado.
Los que
pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que
destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres
Hijo de Dios, y baja de la cruz!» Igualmente los sumos sacerdotes junto con los
escribas y los ancianos se burlaban de Él diciendo: 42 «A otros salvó y a sí
mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y
creeremos en Él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que
de verdad le quiere; ya que dijo: `Soy Hijo de Dios.'» De la misma manera le
injuriaban también los salteadores crucificados con Él.
Muerte de Jesús.
Desde la
hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor
de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?», esto
es: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos
de los que estaban allí decían: «A Elías llama Éste.»
Y enseguida
uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola
a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: «Deja, vamos a ver si
viene Elías a salvarle.» Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el
espíritu.
En esto, el
velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las
rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos
difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección
de Él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. Por su parte, el
centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo
que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «Verdaderamente Éste era Hijo de
Dios.»
Había allí
muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde
Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de
Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Sepultura de Jesús.
Al
atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho
también discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús.
Entonces Pilato dio orden de que se le entregase. José tomó el cuerpo, lo
envolvió en una sábana limpia y lo puso en su sepulcro nuevo que había hecho
excavar en la roca; luego, hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del
sepulcro y se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas
frente al sepulcro.
Custodia del sepulcro.
Al otro día, el siguiente a la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron: «Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: `A los tres días resucitaré.' Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: `Resucitó de entre los muertos', y la última impostura sea peor que la primera.» Pilato les dijo: «Tenéis una guardia. Id, aseguradlo como sabéis.» Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.
Custodia del sepulcro.
Al otro día, el siguiente a la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron: «Señor, recordamos que ese impostor dijo cuando aún vivía: `A los tres días resucitaré.' Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: `Resucitó de entre los muertos', y la última impostura sea peor que la primera.» Pilato les dijo: «Tenéis una guardia. Id, aseguradlo como sabéis.» Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.