Hola a todos:
Como ya sabéis, estamos en Carnaval y en unos días tendremos el festival y una semana de vacaciones.
Durante esa semana, concretamente, el miércoles, será Miércoles de Ceniza y comenzará el tiempo litúrgico de Cuaresma.
En el 2019 se sigue el Ciclo C y, como tenemos un trabajo con palabras de las lecturas dominicales de esos días, a continuación podéis leerlas para saber de dónde salen dichas palabras:
Como ya sabéis, estamos en Carnaval y en unos días tendremos el festival y una semana de vacaciones.
Durante esa semana, concretamente, el miércoles, será Miércoles de Ceniza y comenzará el tiempo litúrgico de Cuaresma.
En el 2019 se sigue el Ciclo C y, como tenemos un trabajo con palabras de las lecturas dominicales de esos días, a continuación podéis leerlas para saber de dónde salen dichas palabras:
Primer
domingo: Lc 4, 1-13
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió
del río Jordán, y el Espíritu lo llevó al desierto. Allí estuvo cuarenta días,
y el diablo lo puso a prueba. No comió nada durante esos días, así que después
sintió hambre. El diablo entonces le dijo: -Si de veras eres Hijo de Dios,
ordena a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó: -La Escritura dice: “No sólo de pan
vivirá el hombre.”
Luego el diablo lo levantó y mostrándole en un momento
todos los países del mundo, le dijo: -Yo te daré todo este poder y la grandeza
de estos países. Porque yo lo he recibido, y se lo daré al que quiera dárselo.
Si te arrodillas y me adoras, todo será tuyo.
Jesús le contestó: -La Escritura dice: “Adora al Señor tu
Dios, y sírvele sólo a Él.”
Después el diablo lo llevó a la ciudad de Jerusalén, lo
subió a la parte más alta del Templo y le dijo: -Si de veras eres Hijo de Dios,
tírate abajo desde aquí; porque la Escritura dice: “Dios mandará que sus
ángeles te cuiden y te protejan.
Te levantarán con sus manos, para que no tropieces con
piedra alguna.”
Jesús le contestó: -También dice la Escritura: “No pongas
a prueba al Señor, tu Dios.”
Cuando ya el diablo no encontró otra forma de poner a
prueba a Jesús, se alejó de Él por algún tiempo.
Segundo
domingo: Lc 9, 28b-36
En aquel tiempo, Jesús subió a un cerro a orar,
acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Mientras oraba, el aspecto de su cara
cambió, y su ropa se volvió muy blanca y brillante; y aparecieron dos hombres
conversando con él. Eran Moisés y Elías, que estaban rodeados de un resplandor
glorioso y hablaban de la partida de Jesús de este mundo, que iba a tener lugar
en Jerusalén. Aunque Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, permanecieron despiertos,
y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él. Cuando
aquellos hombres se separaban ya de Jesús, Pedro le dijo: “Maestro, ¡qué bien
estamos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías.”
Pero Pedro no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una
nube se posó sobre ellos, y al verse dentro de la nube tuvieron miedo. Entonces
de la nube salió una voz, que dijo: “Éste es mi Hijo, mi elegido: escuchadlo.”
Cuando se escuchó esa voz, Jesús quedó solo. Pero ellos
mantuvieron esto en secreto y en aquel tiempo a nadie dijeron nada de lo que
habían visto.
Tercer
domingo: Lc 13, 1-9
Por aquel tiempo fueron unos a ver a Jesús, y le contaron
que Pilato había mezclado la sangre de unos hombres de Galilea con la sangre de
los animales que ellos habían ofrecido en sacrificio.
Jesús les dijo: “¿Pensáis vosotros que esto les pasó a
esos hombres de Galilea por ser ellos más pecadores que los otros de su país? Os
digo que no; y si vosotros mismos no os volvéis a Dios, también moriréis. ¿O creéis
que aquellos dieciocho que murieron cuando la torre de Siloé les cayó encima
eran más culpables que los otros que vivían en Jerusalén? Os digo que no; y si vosotros
mismos no os volvéis a Dios, también moriréis.”
Jesús les contó esta parábola: «Un hombre tenía una
higuera plantada en su viñedo, y fue a ver si daba higos, pero no encontró
ninguno. Así que le dijo al hombre que cuidaba el viñedo: “Mira, por tres años
seguidos he venido a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro.
Córtala, pues; ¿para qué ha de ocupar terreno inútilmente?” Pero el que cuidaba
el terreno le contestó: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la
tierra y a echarle abono. Con eso tal vez dará fruto; y si no, ya la
cortarás.”»
Cuarto
domingo: Lc 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo todos los que cobraban impuestos para
Roma y otra gente de mala fama se acercaban a Jesús, para oírlo. Los fariseos y
los maestros de la Ley lo criticaban por esto, diciendo: “Éste recibe a los
pecadores y come con ellos.”
Entonces Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos, y el más joven le dijo a su
padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca.” Entonces el padre
repartió los bienes entre ellos. Pocos días después el hijo menor vendió su
parte de la propiedad, y con ese dinero se fue lejos, a otro país, donde todo
lo derrochó llevando una vida desenfrenada. Pero cuando ya se había gastado
todo, hubo una gran escasez de comida en aquel país, y él comenzó a pasar
hambre. Fue a pedir trabajo a un hombre del lugar, que lo mandó a sus campos a
cuidar cerdos. Y tenía ganas de llenarse con las algarrobas que comían los
cerdos, pero nadie se las daba. Al fin se puso a pensar: “¡Cuántos trabajadores
en casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de
hambre! Regresaré a casa de mi padre, y le diré: Padre mío, he pecado contra
Dios y contra ti; ya no merezco llamarme tu hijo; trátame como a uno de tus
trabajadores.” Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió
compasión de él. Corrió a su encuentro, y lo recibió con abrazos y besos. El
hijo le dijo: “Padre mío, he pecado contra Dios y contra ti; ya no merezco
llamarme tu hijo.” Pero el padre ordenó a sus criados: “Sacad pronto la mejor
ropa y vístanlo; ponedle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed
el becerro más gordo y matadlo. ¡Vamos a celebrar esto con un banquete! Porque
este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos
encontrado.” Comenzaron la fiesta.
Entre tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Cuando
regresó y llegó cerca de la casa, oyó la música y el baile. Entonces llamó a
uno de los criados y le preguntó qué pasaba. El criado le dijo: “Es que tu hermano
ha vuelto; y tu padre ha mandado matar el becerro más gordo, porque lo recobró
sano y salvo.” Pero tanto se enojó el hermano mayor, que no quería entrar, así
que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciera. Le dijo a su padre: “Tú
sabes cuantos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado
ni siquiera un cabrito para tener una comida con mis amigos. En cambio, ahora
llega este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para
él el becerro más gordo.”
El padre le contestó: “Hijo mío, tú siempre estás
conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero había que celebrar esto con un
banquete y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir;
se había perdido, y lo hemos encontrado.”»
Quinto
domingo: Jn 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se dirigió al Monte de los Olivos,
y al día siguiente, al amanecer, volvió al Templo. La gente se le acercó, y Él
se sentó y comenzó a enseñarles.
Los maestros de la Ley y los fariseos llevaron entonces a
una mujer, a la que habían sorprendido cometiendo adulterio. La pusieron en
medio de todos los presentes, y dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en el acto mismo de cometer adulterio. En la Ley, Moisés nos ordenó
que se matara a pedradas a esta clase de mujeres. ¿Tú que dices?”
Ellos preguntaron esto para ponerlo a prueba, y tener así
de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y comenzó a escribir en la tierra con el
dedo. Luego, como seguían preguntándole, se enderezó y les dijo: –Aquel de
ustedes que no tenga pecado, que tire la primera piedra.
Y volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra.
Al oír esto, uno tras otro comenzaron a irse, y los primeros en hacerlo fueron
los más viejos. Cuando Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado
allí, se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha
condenado?” Ella le contestó: “Ninguno, Señor.”
Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno; ahora vete y no
vuelvas a pecar.”
Y pos si os sentís artistas, aquí tenéis los siguientes dibujos alusivos a cada lectura para que los pintéis como queráis:
¡Nos vemos a la vuelta!